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Una Plaza que se queda en Silencio.




Llegué a Valencia hace ya un par de años, de echo, este setiembre iniciaré mi tercer año/curso en esta ciudad. Vine de paso, como muchos otros, a estudiar un Máster y superado el proceso lectivo decidí quedarme un tiempo mas. Hubo varias razones por las que decidí quedarme, muchos elementos intervinieron en mi decisión. Lo que tenía que ser una etapa de tránsito terminó convirtiendose en mi casa, la ciudad en la que vivo, respiro y amo a mi manera.

Durante el primer año entramos en una fase de descubrimiento, estuvimos atentos a todo, escuchamos  a la gente, y tratamos de comprender todas las idiosincrasias locales, profundizar en ellas y tratar de extraer el trellat del asunto. Enseguida aceptamos la situación, tanto política, como cultural y hasta la lingüística. Mi padre, antropólogo, diría que me dediqué (y sigo en ello) a realizar una observación nada ausente, cuestionando, comparando una observación participante se diría.

En el Barrio del Carmen realicé un proyecto, se trataba de un retrato sonoro de un Barrio que cada día se transforma, cambia y muta al ritmo de no se sabe muy bien que. Durante meses estuve realizando grabaciones para captar el sonido del Barrio y trasladarlo a un paseo sonoro con auriculares por distintos lugares del núcleo histórico de Valencia. De ahí llegamos a la Plaza Redonda, y eso lo hicimos muy al principio. Un sábado a la mañana del mes de setiembre paseamos por El Carmen y a partir de la mas pura de las intuiciones llegamos a la Plaza Redonda, sin quererlo, sin esperarlo, tan solo derivando.

Cruzamos la Plaza Lope de Vega e intuimos lo que se escondía detrás del porche que da acceso a la Plaza. Entramos y nos acercamos hasta la fuente, luego nos sentamos y escuchamos a que suena esa plaza tan singular y nos dimos cuenta que sonaba a trajín a movimiento, sonaba a comercio. Sin embargo enseguida intuimos que ese sonido dinámico en realidad costaba mucho de escuchar, uno podía percibir que la propia plaza ansiaba sonar a trajín, a movimiento y a comercio pero por toda una serie de circunstancias apenas sonaba a nada.

Haciendo una comparación relativa ¡la Plaza Lope de Vega está muchísimo mas viva! hay un movimiento constante de gentes que se entrecruzan que vienen del mercado central o de la Plaza de la Reina y si es sábado seguro que hay una boda, comunión o bautizo en Santa Catalina y el murmullo de la terraza de la esquina es permanente. Y mientras tanto, a pocos metros de ahí, reina un paisaje sonoro que desea con tremenda devoción sonar como su plaza vecina. Y seguro que esas ansias son unas ansias nostálgicas, de un pasado que ya poco a poco se funde y va desapareciendo.

La plaza Redonda sueña, sueña que resuena a bazar turco, a mercadillo, a diálogo entre tendero y cliente; sueña que resuena a cajas siendo transportadas, a carretillas de mercaderes y a gritos de obreros. Seguramente la Plaza Redonda desea con tremenda devoción que el techo de la marquesina que envuelve el lugar suene a gotas de agua que caen de la ropa tendida en los balcones y a gritos de niños que se salpican con agua en la fuente de en medio, la Plaza Redonda sueña que está viva y que cumple su función en esta ciudad cambiante, compleja y en constante amenaza.

Y ahora parece ser que todos estos anhelos, que puede que no sean mas que elucubraciones o sueños románticos de un foráneo que intuye una Valencia en desaparición, están condenados al olvido. Pero el caso es que estamos convencidos de que la plaza quiere sonar a viva y aunque parezca extraño, envidia a sus vecinas, Lope de Vega, Dr. Collado, incluso (válgame Dios) La Plaza del Tossal y desea con tremenda devoción sonar a algo, y lo sueña ahora con mas fuerza ahora que vislumbra el maquillaje que urbanistas que jamás comprenderán esta plaza quieren perpetrar en dicho lugar. 

Y todo ello nos entristece sobretodo por las ganas de algunos de generar interés por una ciudad que no necesita nuevos estímulos sino recuperar su propia identidad, una ciudad que no necesita grandes obras ni grandes monumentos para ser un lugar maravilloso, una ciudad que solo se necesita a si misma, con sus particularidades y su manera de ser, una ciudad que no necesita arquitecturas extraterrestres sino la arquitectura de aquellos que comprenden la ciudad, aquellos que la ven a través de la historia y comprenden su grandeza, que insisto, la tiene.